El agua ha sido y es para los seres vivos un elemento imprescindible. La vida no es posible sin su existencia aunque para algunos su carencia ya constituye un modo de vida o una manera de sin vivir. Dicen los más escépticos que las futuras guerras serán por el agua, dejando al petróleo en la prehistoria de nuestras preocupaciones. Pertenezco a la generación que sucumbió durante años a una carencia intermitente, y aun los que continúan en mis raíces de nacimiento lo siguen padeciendo. Ellos están en una guerra diaria, en su propia guerra para poder cocer la blancura del arroz blanco o el verde plátano para el fufú. Hace veinte años que veo correr el agua en mi cocina y es un privilegio que no puedo compartir. No es el caso de nuestros coterraneos el único en este mundo pero el egoísmo solo nos deja ver lo que afecta a nuestra sangre. Contar con el ilustre ingeniero Francisco de Albear y Fernández de Lara hoy en día seria una buena solución para los problemas de nuestra gente pero es utópico pensar en ello. Corrían también tiempos difíciles en el suministro de agua para una Habana que crecía hacia la campiña, cuando este joven ingeniero realizó uno de los proyectos emblemáticos de la ingeniería cubana, el Acueducto de Albear, utilizando el agua de los manantiales de Vento. Francisco tuvo una idea brillante y en 1893 La Habana respiraba tranquila, con un suministro de agua adecuado a sus necesidades. Mas de 100 años después la historia se repite pero Francisco ya no esta.
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