sábado, enero 8

Una mañana de enero.


Por mucho que trato de recordar no preciso cuando dejamos de ver a los Reyes Magos en el viejo Santiago. Para los que pasamos de la media rueda fue significativo que los magos de Oriente dejaran de pasar.
En algún momento perdieron el rumbo y nuestro pueblo quedo fuera del camino. Entre las razones que puedo encontrar esta el desconocimiento por su parte de el sistema implantado de entregar a los niños un juguete básico y dos adicionales mediante la cartilla de racionamiento o quizás que cambiaran la fecha de su llegada para el mes de julio, cuando el calor es más intenso en nuestra tierra aunque a decir verdad para los camellos hubiera sido mejor acostumbrados al ardiente sol del desierto. Pero la verdad es que fueron pasto del olvido y las nuevas generaciones no tuvieron la oportunidad de al menos esperar por ellos y abrir las ventanas para que entraran con más comodidad. Al margen de consideraciones religiosas en su origen; Reyes Magos, Santa Claus o Papa Noel forman parte todos y cada uno de la necesidad de los pueblos y sobre todo de los más pequeños de fantasear la realidad de su existencia aunque no siempre y es lo negativo del tema es que todos reciban regalos que iluminen sus ojos en esa mañana de enero. Puede que sea el momento más feliz para algunos y el más triste para otros, sobre todo para aquellos padres cuyos hijos aunque se hayan portado bien no reciban su premio, ni tan solo el saco de carbón tan odiado.
A mi nueva ciudad Gijón, los reyes llegan en barco, sorteando las frías y duras aguas del mar Cantábrico, miles de niños y padres les dan la bienvenida,que finaliza en un desfile por las calles de la ciudad protegidos por todo su séquito.
Baltasar el rey negrito puede que sea el más feliz de todos, desde hace algunos años tiene un día de trabajo asegurado en el año que es mucho decir en estos tiempos. Atrás quedo la época en que un hombre pintado de negro hacia su labor, al menos la inmigración aporta una matiz de verdad en toda esta historia.