lunes, junio 29

A Santiago también llegó.

Recientemente alguien en la familia nos trajo el recuerdo de un producto que aunque en apariencia no se vincula a la cocina siempre estaba en ella como enemigo cual asecha a su víctima. Era un momento terrible en nuestra niñez ver a la abuela cuchara en mano y con aquel pomo odiado en la otra, es el sabor más desagradable que asoma en los recuerdos. Hacia muchos años que no escuchaba hablar de el y al indagar un poco descubrí que mantiene su vigencia como el primer día, aunque para mi placer hoy se presenta en el mercado farmacéutico matizado con sabores y hasta en forma de perlas o cápsulas.

El aceite de hígado de bacalao proveniente por lo general de Noruega- es uno de los aceites de pescado que desde el siglo dieciocho se ha venido usando popularmente como digestivo y como estimulante del apetito, también en las enfermedades asociadas con desnutrición y en la artritis. Una firma neoyorquina de químicos farmacéuticos –Scott & Bowne- empezó a comercializarla en los Estados Unidos bajo el nombre de Emulsión de Scott, presentando en su empaque el dibujo de un hombre –vestido de pescador o marino ¿noruego? - que carga en sus espaldas un enorme bacalao. Phillip Hall –financista que les había comprado la compañía Beecham a los herederos del fundador- adquirió la licencia, por lo que desde entonces la Emulsión de Scott ha pertenecido a esa empresa y a las que han resultado de sucesivas fusiones, llegando a la actual Glaxo-SmithKline del Reino Unido. Con el descubrimiento de las vitaminas, a principios del siglo XX se empezó a destacar su alto contenido natural de vitaminas A y D.


Los beneficios de aceite de hígado de bacalao se deben a su contenido de omega 3; esto es, para su mente, su sistema circulatorio, anti-inflamatorios, etc.; más los beneficios propios de las vitaminas A y D.

¿Lo recuerda usted?

La ensaladilla Rusa.


Llega el verano y el cuerpo nos pide comidas frescas, no recuerdo que en nuestra casa de Santiago la abuela alguna vez hiciera ensaladilla Rusa, pero si me consta que en Cuba era conocida desde tiempos inmemorables. En el libro de cocina "Delicias de la Mesa" de María Antonieta Reyes Gavilán todo un clásico, editado en la Habana en 1925 ya incluye esta receta. Aqui en España es muy típica en estos días cuando ya el calor se empieza a sentir y verdaderamente es de agradecer, además su sencilla confección y la posibilidad de refrigeración que tiene permite jugar con ella en el tiempo. Para tiempos de crisis resulta un plato de bajo costo y de un balance nutricional adecuado, siempre que no nos pasemos.


La ensalada rusa (conocida también como ensalada Olivier) es un plato típico de Rusia. Se trata de una especie de ensalada de patatas o una macedonia con verduras y atún u otro ingrediente ya sea jamón, pollo o el que se prefiera, todo ello mezclado en abundante mayonesa. En muchos países europeos, este plato es muy popular, tanto que ha sido incluido en su gastronomías nacionales, como en el caso de España.A pesar de la popularidad de la ensalada en España y Argentina, se puede decir que su origen es realmente ruso[1] (Салат Оливье) pues fue inventada en los años 1860 por Lucien Olivier, chef del restaurante Hermitage (Эрмитаж), uno de los restaurantes más conocidos de Moscú que pronto haría de este plato su seña de identidad. La versión original se servía fría y llevaba una especie de vinagreta, y es por esta razón por la que esta receta la denominan en otros países como ensalada Olivier, en honor a su inventor. Los ingredientes que empleaba la receta original de Olivier eran caros (por ejemplo empleaba carne de venado) y su composición así como su preparación eran un secreto oculto tanto por Olivier como por la familia que regentaba el Hermitage. Cuando el Hermitage cerró en el año 1905 la receta original se perdió inexorablemente, siendo imposible reproducirla hoy en día debido a la inexistencia de documento o receta que describa su elaboración exacta.(Tomado de Wikipedia)

martes, junio 23

A propósito de la masa real

A veces, cuando la añoranza de mi Santiago de las Vegas me abruma quizás un día de lluvia fuerte como hoy en Miami, cuando el mismo perfume del agua que cae me transporta a un barril nutrido de aguaceros donde una vez mi madre me bañó en el patio de mi abuela; a veces, en un día como hoy, siento un vacío en el vientre que no es de hambre, pero que algunas comidas pueden atenuar: un huevo frito con arroz blanco, o mojar trocitos de pan cubano en un plato de frijoles negros humeantes y espesos. Esos platos tan básicos que, debido a su estado de salud, hoy preparo para mi madre como ella me los preparó a mí, son un vórtice en el tiempo y el espacio que, al que se sabe sintonizar, lo trasladan a un mundo que para otros ya no existe sino en el recuerdo.

A veces, en un día como hoy, voy a una gasolinera cerca de mi casa donde venden dulces de masa real – no como los vendía Emilio el chino en la bodega de 2 y 11 al lado de mi casa: frescos, detrás de un cristal, pequeñas pistas de aterrizaje para una mosca perezosa que sobre ellos descansaba sus alitas. Los de hoy son estériles, antisépticos, envueltos en plástico y atiborrados de conservantes. Dulces momias de harina y guayaba. El cristal de hoy no protege los dulces: es grueso, blindado, y protege al señor a quien le paso, por debajo de una ranura, un billete de dólar. No me conoce. No me sonríe. No sabe lo que me ha vendido.

Con mi pequeño vórtice envuelto en plástico, regreso a mi carro, donde me siento en silencio. Rompo el plástico con cuidado, tratando de prevenir que caigan migajas sobre el asiento y la alfombra. Es inútil: el dulce se desmorona entre mis dedos, seco y pegajoso a la vez. Un ritual inevitable. Al primer contacto con mi paladar, pasa sobre mí una profunda onda de sosiego. Cierro los ojos. Estoy donde tengo que estar. Si pasara cualquiera vería un hombre de cierta edad comiendo un dulce ordinario en su carro, nada más. Pero si por un instante cerrara los ojos y mirara con el corazón, quizás pudiera ver un niño de cinco años intentando, contra toda lógica, de cerrar el círculo entre lo que fue y lo que pudo haber sido.

José Alberto Balido Hernández
Miami, Florida
23 de junio del 2009

viernes, junio 5

Matahambre o Masarreal, una época.


En días de añoranza, lejos de todo lo nuestro e incapaz de descifrar las turbulencias de la vida en el exilio, golpeado por la realidad mortal de los hombres, afloran los recuerdos con una fluidez temerosa quizás que el tiempo nos juegue una mala pasada y nos quedemos con el pasado en el rincón más profundo del baúl.


Los recuerdos pueden ser importantes o banales, pero toda comparación resulta relativa y cuanto menos odiosa. Nuestra mente es tan compleja que no llegamos a entender el porque de nuestros actos y cuando del subconsciente se trata más difícil resulta aun. Se han percatado ustedes que somos capaces de recordar después de muchos años los dos apellidos de nuestros compañeros de aula en la escuela primaria y sin embargo dudamos cuando de compañeros de trabajo actuales se trata, donde esta el misterio, no lo se, los sicólogos tendrán una explicación como para casi todo.

En la calle4 entre 7 y 9 frente a la antigua tabaquería de Santiago existía una pequeña escuela de dos plantas que recibía el nombre de las Carrales por sus antiguas propietarias. Su nombre cambio en el tiempo pero durante años posteriores para muchos el original se mantuvo como el de la avenida Carlos III, somos animales de costumbres aunque nos pese reconocerlo.

Las generaciones suelen ubicar sus años de existencia como la epoca de tal o mas cual cosa. Es común decir soy de la época de los Beatles, con esta referencia cualquiera puede asegurar que nacimos en los 60 o quizás un poco antes. Tomando en cuenta un recuerdo quizás un poco banal al que hacíamos referencia puedo decir que pertenezco a la generación del Masarreal o Matahambre, durante todos los años de mi infancia esta fue nuestra merienda. Allí en el patio en el pasillo de nuestra escuelita Carrales o Julio A, Mella recibíamos con la timidez e inocencia de un niño este suculento manjar de los dioses, unas veces mejor y otras peor.

Han pasado muchos años y nunca más he disfrutado de un Masarreal, en las vitrinas de las dulcerías que hoy visito no esta ni por asomo, solo en nuestro subconsciente lo podemos revivir, nuestro matahambre es parte de nuestra vida y no debemos olvidarlo.

Para mis compañeros de las Carrales, de los cuales nunca olvido sus dos apellidos.