En las últimas dos semanas el mundo entero ha estado pendiente de los acontecimientos que se desarrollaron en Egipto. Ayer en la tarde, lo que comenzó con pequeñas manifestaciones convocadas a través de Internet terminó con treinta años de poder del presidente Mubarak. El más importante país del mundo árabe, con sus más de ochenta millones de habitantes comienza una nueva etapa de su historia y los demócratas de todo el mundo esperan que el cambio sea positivo para su pueblo.
Para un cubano nacido en un pequeño pueblo de la Habana esto pudiera resultar muy lejano, de no ser porque alguna vez en la vida compartió una larga temporada con los habitantes del Nilo.
El Cairo es literalmente la locura personificada, un tráfico sin leyes, ruidos por doquier y la letanía de los megáfonos de las mezquitas te mantienen en vilo día y noche. Gente amistosa y desconfiada a la vez, comerciantes por excelencia del regateo y esa mezcla de opulencia y pobreza típicas de los países de la región.
El gran Hotel Hilton junto al museo Egipcio es la contradicción de un mundo milenario con un toque de la más pura cultura occidental. Pero Egipto es más que eso, saliendo solo un poco de la ciudad por no mencionar a los pequeños pueblos del Alto Egipto podemos encontrar la pobreza más extrema y unas condiciones de vida al más puro estilo feudal.
Si algo positivo podemos encontrar es la presencia de un afán increible por el conocimiento humano, reflejado en la disciplina de estudio en sus universidades de la que pude ser testigo. Fueron estas nuevas generaciones cualificadas las que precisamente encendieron la chispa de la revolución blanca o revolución del Nilo. Los egipcios ya tienen su plaza de la revolución. La que hasta ahora era el centro neurálgico de los habitantes del Cairo cambia de nombre, la plaza Tahrir ya tiene su propia historia pero el futuro es muy incierto.
Para un cubano nacido en un pequeño pueblo de la Habana esto pudiera resultar muy lejano, de no ser porque alguna vez en la vida compartió una larga temporada con los habitantes del Nilo.
El Cairo es literalmente la locura personificada, un tráfico sin leyes, ruidos por doquier y la letanía de los megáfonos de las mezquitas te mantienen en vilo día y noche. Gente amistosa y desconfiada a la vez, comerciantes por excelencia del regateo y esa mezcla de opulencia y pobreza típicas de los países de la región.
El gran Hotel Hilton junto al museo Egipcio es la contradicción de un mundo milenario con un toque de la más pura cultura occidental. Pero Egipto es más que eso, saliendo solo un poco de la ciudad por no mencionar a los pequeños pueblos del Alto Egipto podemos encontrar la pobreza más extrema y unas condiciones de vida al más puro estilo feudal.
Si algo positivo podemos encontrar es la presencia de un afán increible por el conocimiento humano, reflejado en la disciplina de estudio en sus universidades de la que pude ser testigo. Fueron estas nuevas generaciones cualificadas las que precisamente encendieron la chispa de la revolución blanca o revolución del Nilo. Los egipcios ya tienen su plaza de la revolución. La que hasta ahora era el centro neurálgico de los habitantes del Cairo cambia de nombre, la plaza Tahrir ya tiene su propia historia pero el futuro es muy incierto.